Existe una leyenda muy antigua, por eso está prácticamente ya olvidada, que cuenta la historia de un cazador que, cansado de cazar estrellas sin saber el por qué lo hacía, decidió preguntarle a ellas; pero las estrellas, orgullosas, no respondieron. Así que subió al cielo y se dispuso a esperar pacientemente su respuesta.
Vio pasar cometas, meteoritos, asteroides... pero no logró obtener la respuesta. Así fue pasando el tiempo y cansado de esperar, volvió a casa con la cabeza gacha. A su regreso, todos los cazadores se rieron de él y empezaron a tratarle de loco. Poco a poco el cazador se fue sumiendo en una aguda tristeza y dejó de salir a cazar, hasta que finalmente comenzó a vivir recluido en su casa.
Un día, un niño pequeño se coló por su ventana, el cazador al verlo le dijo que se marchara, pero el niño únicamente le cogió la mano y le mostró una gran sonrisa.
El cazador forzó también una sonrisa aunque hacía demasiado tiempo que no lo hacía. El niño le preguntó que por qué no salía de casa y por qué todo el mundo le llamaba loco. El cazador le explicó su historia y el niño, ante la sorpresa del cazador, le dijo que le creía, que al igual que él, quería saber por qué hacían eso algunas estrellas y le animó una vez más a que fuera a buscarlo.
El cazador, convencido por el niño, salió de su casa decidido a encontrar lo que había ido a buscar, cerró la puerta de entrada ante las miradas atónitas del resto de cazadores, pero ni siquiera se fijó. Así que subió al cielo y se dispuso a esperar, aunque esta vez, la espera fue muy corta, ahí estaba lo que hoy conocemos como agujero negro.
El cazador al verlo, supo que era eso lo que había estado esperando. Antiguamente no se conocían los agujeros negros y menos sus características, como que lo que en él entra no vuelve a salir. De hecho, se cuenta que fue el primer agujero negro de la historia y que su reborde era del color del arco iris. El cazador alargó la mano y al tocarlo, éste lo absorbió, y fue ahí donde obtuvo su respuesta… y algo más.
Cuando llegó a casa, compartió su secreto con el niño, secreto que ambos guardaron celosamente hasta su muerte. Y desde entonces, el cazador contó estrellas sin que ninguna fuera capaz de llevarse ni un pedacito de su alma.
Nunca se ha sabido el secreto que el agujero negro le confió al cazador, y éste a su vez al niño; pero lo que sí se sabe es que muchos de los cazadores muertos de envidia subieron al cielo a buscar el agujero negro y jamás regresaron.